martes, 21 de julio de 2009

Aprendices de bestias que atacan en manada

Hace solo cuatro días (La Voz, 17 de julio), pensábamos que la crueldad de los chicos violadores de Baena era insuperable. Nos hemos equivocado. El domingo nos ha estremecido una noticia todavía peor: siete menores violaron en Huelva a una niña de doce años que sufre deficiencia psíquica. La proximidad en las fechas hace temer algo tremendo: que la amplísima difusión de la primera violación tuvo un efecto de contagio sobre la manada de aprendices de bestias que atacó a la niña de Huelva. Porque son eso: animales que atacan en manada, como algunas especies asilvestradas. Individualmente quizá sean tímidos y retraídos: se les puede dejar salir por la noche. Cuando conspiran y se organizan en grupo, sacan su ferocidad irracional y atacan a lo más desvalido que encuentran: una niña deficiente.

Igual que hace cuatro días, la pregunta es qué está ocurriendo para que aflore esta amarga realidad doble: cada vez hay más delitos cometidos por jóvenes, y cada vez son más críos los jóvenes que cometen delitos. He ahí un severo tema de análisis para sociólogos y psiquiatras. Quizá encuentren raíces como estas: 1) Hay un sector de la sociedad que, por las razones que sean, ha perdido el respeto a las demás personas y se desahoga en los más desvalidos: niñas, mendigos y otras víctimas que protagonizan estas informaciones. 2) Existe un modo de machismo que ha calado en algunos menores y se manifiesta de esa forma agresiva y purulenta contra el sexo femenino. 3) Hay toda una exhibición de falta de autoridad y vigilancia de los padres, que ignoran qué hacen sus hijos pequeños (y sus hijas) cuando salen por la noche. Y 4) El más repelente delito suele encontrar imitadores en cualquier lugar de esta sociedad globalizada.

¿Falta algún ingrediente? Sí: el de la impunidad con que se practica esta violencia, que no es solo sexual. Y ahí aparecen las lagunas de la ley del menor, cuya urgente reforma propugnó ayer el Partido Popular. No estoy entre quienes piensan que hay que reformar las leyes bajo la emoción del impacto. Tampoco estoy seguro de que un endurecimiento de las penas tenga un efecto corrector mágico: no está demostrado, y menos en el caso de adolescentes. Pero sí hay una evidencia: si disminuye la edad de los delincuentes, hay que acomodar la legislación a esa edad. Si un chico puede cometer una violación con trece años, la ley no puede desconocer esa circunstancia. Hacerlo sería expedir un certificado de impunidad que se podría traducir así: hasta los 14 años, puedes delinquir, que no te pueden imputar, ni siquiera te van a detener. Si ese es el estado de opinión y no se rectifica la ley, pongámonos a temblar: en unos días podemos estar comentando la próxima violación.


Fernando Ónega

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