viernes, 29 de enero de 2010

Artículo de Roberto Blanco Valdés

La libertad y sus enemigos



La libertad es, sin ningún género de dudas, la gran conquista de la modernidad. Libertad para reunirse, asociarse, o transmitir información veraz; libertad para afiliarse a un partido o a un sindicato; libertad para pensar y expresar las propias opiniones.

Pero la libertad no se ha asentado en parte alguna sin librar duras batallas contra sus muchos y resistentes enemigos. De hecho, la victoria de los derechos democráticos que definen las sociedades abiertas en las que tenemos la fortuna de vivir se ha producido pasito a pasito, y no sin serios retrocesos.

Satisfechos como estamos -con todo la razón- de lo mucho que hemos conseguido para convertir los derechos individuales en el fundamento del orden político y de la paz social, olvidamos con frecuencia, sin embargo, que los enemigos de la libertad conspiran día y noche para tratar de eliminar la que constituye su consecuencia más fundamental: que, dentro de los límites de la ley y del respeto a los derechos de los otros, cada uno pueda hacer lo que le plazca.

Tal cosa no es posible, sin embargo, cuando el precio que debemos pagar por ejercer nuestros derechos se abona con la moneda de la inseguridad o del riesgo a ser objeto de ataques o atentados. Goza de libertad de expresión quien puede expresar sus ideas y opiniones sin tener que pensar cada vez que lo hace que puede haber alguien que venga a despertarlo de mala manera en plena noche y a meterle el miedo en el cuerpo, a él y, sobre todo, a su familia.

Y es que los enemigos de la libertad no son solo quienes la suprimen por decreto y desde el poder la pisotean, quienes encarcelan a sus adversarios políticos y destrozan un sistema democrático para construir sobre sus escombros una dictadura personal o de partido. Esos son, sí, los más visibles, los que dejan a generaciones completas hechas añicos y a países enteros rotos por una fractura que puede llevar decenios superar.

Los enemigos de los derechos y libertades de todos los demócratas son también los que viven aterrorizados con su misma existencia y no soportan ni toleran, porque no les da la gana, que nadie haga o diga lo que a ellos no les gusta. Esos que se consideran con el derecho de tratar de amedrentar a todos los que no piensan como ellos y de responder a las palabras a golpe de violencia. Sin más argumentación, ni más debate que el de oponer la fuerza bruta a la razón.

La disputa entre la espada (o la agresión, o la bomba) y la pluma ha sido siempre una lucha desigual: porque frente a los que hablan y escriben a cara descubierta, sin más intención que exponer sus argumentos, están los que acechan en la oscuridad, sin otra perspectiva que la de no ser desenmascarados por la luz que da la libertad.



http://www.lavozdegalicia.es/opinion/2010/01/29/0003_8259386.htm

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