jueves, 2 de septiembre de 2010

En el centro político como aptitud de principios...

Un hombre sin principios no es un hombre. Un hombre mira a los ojos y dice lo que piensa respetando la libertad de la persona que tiene enfrente, sin tener que recurrir al desprestigio, a la calumnia o a la mentira.

Valores como la libertad, la moderación, la lealtad, el trabajo, la unidad, la solidaridad, la defensa social o el progreso permiten que el centro sea una convicción democrática que garantice el imperio de la ley o el Estado social y democrático de derecho, en donde nadie vive sometido a la arbitrariedad.

El centro defiende esos principios, yo los defiendo.
Quien dice ser de centro y no los cumple no es más que un traficante de ideas.

Las actitudes de centro tienen, aún, mucho más fondo. Ser de centro es defender la libertad del individuo antes que nada. Es una actitud que elegí hace mucho tiempo de respeto por quien no piensa como yo, con moderación en las formas y con unas ideas y unas convicciones firmes.

Aristóteles decía que la virtud es el término medio entre dos extremos. El centro es hoy esa virtud.

El liberalismo político, esa ideología surgida a raíz de las filosofías ilustradas de Locke, Kant o Rosseau en el S.XVIII, es la plasmación de estos principios humanos y, también, políticos como la monarquía constitucional, la separación de poderes, la soberanía nacional, la aconfesionalidad del Estado, etc... que se reflejan en nuestra constitución.

La historia de España, carente de un importante espíritu ilustrado y liberal en casi toda su historia, permitió hace mucho tiempo, por primera vez, que un hombre supiese aglutinar en el centro y su espíritu la dirección política de España.
Ese hombre era Dn. Adolfo Suarez González.


Palabras de uno de los mentores de nuestra democracia y artífices de la transición política en España, Adolfo Suárez:

"Está el hoy abierto al mañana,

mañana al infinito...

¡Hombres de España!

ni el pasado ha muerto

ni está el mañana y el ayer escrito"

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