Ahora que ha pasado la resaca electoral me ha parecido ilustrativo traer a este espacio el último artículo de Gustavo de Arístegui publicado en su blog sobre la evolución de las ideologías.
La segunda mitad del S XX fue convulsa como pocas épocas precedentes y no sólo por el devastador efecto de la segunda posguerra mundial. La democracia tenía que reinventarse, revitalizarse y consolidarse en alguno de los más importantes países del viejo continente que habían sufrido atroces dictaduras, nazis y fascistas.
Sin embargo, el Telón de Acero partió al mundo en dos, no sólo al continente. El bloque soviético representaba un sistema brutalmente opresivo, totalitario, intervencionista e implacable. Occidente luchaba desde la convicción y a veces la debilidad, por la libertad, la democracia y los derechos y libertades fundamentales, es decir los derechos humanos, sobre los que se fundamenta.
La izquierda democrática europea, la socialdemocracia, que hay que reconocerlo, fué una tenaz luchadora por la libertad en contra de totalitarismos de un signo y de otro, construyó su identidad política sobre el posibilismo de la relación con el Este y sobre la base doctrinal esencial del estado del bienestar.
La derrota del bloque soviético por la implosión del sistema y el derribo del Muro de Berlín, les dejó sin el primer argumento, y la aceptación y perfeccionamiento del estado del bienestar por parte del centro-derecha europeo, les dejó sin el segundo.
El hecho de que el centro – derecha sobre todo de Europa, pero también de Australia y Nueva Zelanda, hayan aceptado, adoptado y perfeccionado el estado del bienestar para convertirlo en el estado de la solidaridad, ha dejado completamente desorientados a los partidos de izquierda moderada que habían centrado en ese punto su elemento diferencial fundamental con el centro – derecha.
El ejemplo quizá más claro lo constituye la política económica del Partido Popular, que a partir de 1996 recoge una herencia que es un lastre imposible, de más de 22,5% de paro, casi el 7% de déficit, una deuda galopante y tipos de interés imposibles, una Seguridad Social en ruinas y una recaudación fiscal decreciente, y lo convierte en la historia de un éxito que recupera todos los parámetros macroeconómicos y rescata el estado del bienestar de la ruina en la que lo habían sumido los sucesivos gobiernos socialistas.
Hay, de hecho, varias izquierdas; la primera más radical, que se siente profundamente nostálgica de los tiempos de la Guerra Fría, en los que la certidumbre de la existencia del bloque soviético les daba poder e influencia política. Esta izquierda radical ha creído ver en el populismo rampante de Chávez y Morales el renacimiento de su desafío a la democracia y a la libertad, anteponiendo, como lo ha hecho siempre, los derechos colectivos a los individuales.
Estas izquierdas radicales se sienten enemigas del Occidente democrático y liberal al que pertenecen, y se sienten plenamente dispuestas a forjar cuanta alianza sea precisa para derrotar al “odiado Occidente” del que muy a su pesar forman parte. La segunda izquierda es la socialdemocracia, en crisis por la aceptación del centro-derecha moderado del estado del bienestar, y la inevitable aceptación por su parte de la política económica liberal y equilibrada de las derechas centradas occidentales.
No les queda, pues, elemento de diferencia con sus adversarios políticos, y algunos de ellos se han dado cuenta del inicio de una nueva era, en la que torpemente han anunciado la muerte de las ideologías, cuando nos encontramos, sin lugar a la más mínima duda, en el siglo de las ideas, lo que consecuentemente querría decir, si encontrásemos la necesaria e imprescindible reformulación, el renacimiento de las ideologías.
Pero hay un tercer tipo de izquierdas, la socialdemocracia acabará encontrando su camino y sus elementos identitarios y de diferencia respecto a otras, aún sabiendo que el centro – derecha ha abrazado el estado de la solidaridad y las políticas sociales, pero la izquierda radical, vacía de ideología, ha parecido tomar posiciones fuertes en no pocos partidos socialdemócratas europeos, pero muy especialmente en España. José Luis Rodríguez Zapatero es un hombre listo, intuitivo y hábil, absurdo e irresponsable sería negarlo. Ha creído interpretar el sentimiento de una nueva izquierda europea, pero a veces sus deseos y su estructura mental le han llevado más allá de la realidad. Rodríguez Zapatero tiene una estructura dura, radical y dogmática, pero carente de ideología sólida, de experiencia y de doctrina, que suple con insistente machaconería con el adoctrinamiento dogmático. El nuevo Partido Socialista, dirigido por Zapatero, ha renunciado a no pocas señas de identidad de las izquierdas democráticas europeas, el principio de la soberanía, los derechos individuales y ha convertido en electivo y selectivo algún principio sagrado de los demócratas europeos, como la aconfesionalidad y la libertad religiosa, o lo que es lo mismo, se acepta la libertad religiosa según en quienes y según cómo. La inconsistencia ideológica es pésima consejera y acaba convirtiendo a los gobernantes, si es que incomprensiblemente y desde esa falta de solidez llegan a gobernar, en rehenes de tendencias y sondeos, ignorando que gobernar necesariamente tiene que compaginar la preocupación por la solución de los problemas estructurales, los coyunturales, la dedicación a las generaciones futuras, a las presentes con los legítimos deseos de seguir ganando elecciones y permanecer en el poder.
Bismarck decía que la diferencia entre un político y un hombre de estado es que el primero se preocupaba por las siguientes elecciones y el segundo por las siguientes generaciones. Al actual partido socialista y a su líder difícilmente se les podría catalogar en esta categoría.
1 comentario:
A Zapatero no lo englobas ahí pues anda que a Rajoy donde lo metes??? porque es para darle de comer a parte con su derecha rancia.
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